sábado, 14 de enero de 2012

Los niños dicen ¡NO!


Mi niña ha empezado a decir ¡NO! 
Lo dice con vocecita de dibujo animado y con el dedo índice de la mano derecha apuntando como una daga en dirección de un antagonista imaginario.
Cuando le he comentado a una amiga de lo muy graciosa que la encontraba, ella me ha mirado con toda la sabiduría de una madre que me lleva 9 meses de ventaja en la experiencia maternal, y me ha contestado. "Ya me dirás si sigues encontrándola graciosa de aquí a dos meses...". 
He tragado saliva y he pensado que por cuanta experiencia tengas como educadora infantil, todo es nuevo cuando te transformas en madre. Es una relación completamente distinta.



Pero, insisto, su nuevo NO es graciosísimo y, lo confieso, me gusta. 
Y a ella le gusta tanto que lo va modulando de distinta manera. ¡Noo!¡ Nó! ¡NO! Como un actor dramático delante del espejo, ella lo repite una y otra vez, y al final ... ¡se ENFADA! 
Con quién... no se sabe, pero sí puedo ver a quién termina echándole la culpa: a la pobre Pippi Långstrump, que nada le ha hecho (aparentemente) pero que finalmente acaba lanzada como una flecha a través de la habitación. 

¿En que pensará? En mi cuando la invito a no tirar todos mis calcetines por el balcón (aprovechando los cuatro centímetros que, a ras del suelo, se han quedado libres de la red con que su padre con mucho curro y amor ha protegido toda la barandilla)? ¿En su amiguita de la guarde que aprendió el adverbio antes que ella? ¿En la maestra que lo utiliza para evitar que el niño más grande de la clase corra a recibir como un jugador de rugby el peque recién llegado de las vacaciones navideñas? O sencillamente empieza a afirmar su personalidad y la posibilidad de no estar de acuerdo. Conmigo, con la política de recortes, con Pippi, con la maestra, con el futuro que le espera. 

No importa, igualmente el NO es una afirmación de inmensa importancia, un adverbio de poder fundamental en la vida, un arma contra la indiferencia que ha contagiado últimamente a la mayoría de los adultos. Estos ya no lo utilizan, cogen este maravilloso morfema de negación y lo ponen delante de protestas tibias: ¡No me cambies el canal de la tele! ¡No me has comprado la leche semidesnatada! ¿El Madrid es el mejor equipo? ¡No! ¿Qué dices? Es el Barça. Ay... qué desperdicio. 

¿Y si cogiéramos ejemplos de los niños en lugar de censurarlos? Si todo el mundo volviera a sacar el NO que tiene dentro y, como mi peque, a desenfundar el dedo índice como la espada de la indignación? 
Y a quién decreta: "Este año recortaremos 1000 millones de euros de la sanidad pública catalana" o "Desde enero el billete del metro sube a 2 euros", lanzáramos como a Pipi Långstrump un rotundo y contundente "¡NO!".

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